miércoles, noviembre 21, 2007

"Deserción" -cuento-


Por: Anonimo Jester
Días antes de desertar.
Era una noche helada en Río Gallegos. Me habían puesto de guardia en una esquina del aeropuerto, en el medio de la nada, a seis kilómetros de la ciudad. El termómetro de la Base anunciaba 17° bajo cero. Y yo estaba con un pantalón de grafa, sólo una camisa y una corbata, y un fusil con el cargador completo entre mis inservibles manos. Con rabia, sin temor a congelarme, mirando el absurdo cielo negro de la resignación; temblando de bronca, puteando; buscando el alicate para cortar la cordura que me ataba a este mundo. Pensando y pensando en porqué los hombres obedecían tanto órdenes abstractas. Y a qué órdenes debían obedecer sino. Y allí estaba, todo duro tiritando, hasta que una fuerza centrípeta comenzó a hacer girar mi cabeza, y el alma me habló, y estaba justo encima mío y escuché claramente cuando me dijo, con un halo de vapor: " Qué hacés bebé?...quién te manda a estar solito, con 18 añitos, cagado a punto de morir de hipotermia?...conozco un lugar que si bien no te va a librar del todo, de todo y de todos, te va a dejar con menos preguntas: con suerte solo una...vení seguime..."
La seguí.
Caminé hasta el lugar en donde dormían mis compañeros mientras no estaban de guardia. Metí la mano en el bolsillo de la campera de Barrios y le saqué las llaves de la camioneta, que dejaba en el estacionamiento para volver a la ciudad por la mañana. Enfilé derechito al cabaret, lugar de parranda obligado para aquellos a los que no les interesaba bailar, sino beber y coger. Entre las engañosas luces del lugar pude ver que había una chica nueva, esbelta y con el pelo lacio hasta la cintura. Tomamos un trago y me dijo que se llamaba Soledad. No habrá nombre más sincero para una prostituta -pensé-
"Ves?...ves? -repetía el almita- te lo dije...cuanto frío crees que soporta Soledad?" Pasamos a una habitación horrible, toda horrible. Y Soledad se desvistió y estiró su piel cetrina tan larga como era, sobre la cama de dos plazas. La vi hermosa, entonces le dije que nunca había hecho el amor con una prostituta; se rió de costado y me contestó: "ni lo vas a hacer, bebé" "Además creo que me estás mintiendo" -agregó en otro tono- Quise insistir en que decía la verdad, pero el alma golpeó mi cabeza y caí sobre la cama, abrí bien sus piernas y comencé a besarle lentamente la parte interna de los muslos. La habitación se congeló en un silencio, los ojos helados de Soledad me preguntaron quién era, y como única respuesta se me ocurrió meter la lengua despacito en su sexo, en el sexo del mundo, y luego con amor comencé a moverla frenéticamente: obedeciendo, siempre obedeciendo.
De golpe me dijo:"...pará, nene pará, no juegues con fuego" Y a la expresión le siguió una sonrisa sarcástica y triste; y con las manos alzó mi cara hasta sus pechos. Entonces le metí el pene con ganas y acabé mientras me decía al oido, esta vez susurrando, que no creía que nunca haya estado con una prostituta. No quise mirarla.
Fui hasta la barra, pedí dos cervezas más y conduje borracho por el camino nevado, de vuelta al aeropuerto. Y ahora tenía una sola pregunta dando vueltas centrífugas, en ese mundo hostíl que es mi cabeza: " que no juegue con fuego ?"

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